domingo, 13 de marzo de 2011

autoestima en la biblia



Escrito por Mario Pereyra   

 ¿QUÉ ES LA AUTOESTIMA?

“La autoestima es la clave para comprendernos y comprender a los demás.”
Nathaniel Branden
“Disculpe que le pregunte tanto”, me dijo Sofía, con un gesto de no querer molestar, para continuar lanzando nuevas andanadas de interrogantes. No me incomodaba contestar sus preguntas pero me parecía que no la ayudaba, ya que descubrí que no le aportaba nada nuevo. Ella daba evidencias de saber todo lo que le decía. Me pregunté en mi interior: “¿qué estará buscando con sus preguntas? ¿Confirmar lo que sabe? ¿Será que busca apoyo?” Muchas personas solo consultan para asegurarse que están en lo correcto, pero me pareció que Sofía padecía de una fuerte falta de confianza propia, de creer que no podía razonar bien y conseguir sus propias respuestas. Así que en lugar de seguir dando respuestas inútiles, invertí los roles y pasé a ocupar el lugar del preguntón. “¿Qué pasa Sofía? ¿Por qué crees que no puedes encontrar tus propias respuestas? Si todo lo que te digo lo sabes mejor que yo, ¿qué te hace dudar de tu competencia?” Al interpelarla de esta forma, se puso a pensar en algunos episodios de su infancia descubriendo la causa fundamental de su baja autoestima. De chica los padres habían descalificado sus apreciaciones de la realidad, menoscabando su buen juicio, haciendo que perdiera la confianza propia. Una vez observó a su mamá malhumorada, entonces le preguntó: “¿por qué estás enojada, mami?” “¡No estoy enojada! —respondió la madre enfáticamente, con un gesto duro—. ¡No digas más tonterías!” En otra ocasión notó a los padres atacándose, entonces comentó: “No me gusta cuando se pelean”. Los padres protestaron: “No, hijita, no estamos peleando, solo conversábamos”. ¿Qué puede pensar una niña en esas circunstancias? Tiene dos opciones o creer que los padres están equivocados y le mienten o, por lo contrario, pensar que la equivocada es ella, que no sabe distinguir bien las cosas. ¿Cuál será la idea que se impondrá en un niño de 4 o 5 años? Sí, efectivamente, llegará a la conclusión que él es el errado, no sus padres. Los padres son grandes, no pueden equivocarse. Si un niño pequeño pensara que sus progenitores no son dignos de confianza, sentirá que el mundo se derrumbara, que nada es confiable. Así que no queda más que negar el testimonio de su percepción, desconfiar de los propios sentidos y dudar del buen funcionamiento de su razón o juicio.
¿Cuál será el futuro de un niño que ha recibido este tipo de formación? Pues, alguien como Sofía, que se siente incapaz, sin ningún valor, que duda continuamente de sí mismo, considerando que los inteligentes son los demás, padeciendo de un síndrome crónica de inseguridad. El gran dilema de Sofía era saber si estaba en su sano juicio. Constantemente preguntaba si no estaría loca, si tal o cual actitud o apreciación no sería la expresión de algún desajuste interior. Por supuesto, que se trataba de cosas comunes, propias de cualquier mortal que camina por esta tierra, pero para ella era un motivo de incertidumbre corrosiva. Cuando se pierde la confianza propia caemos en un lodazal paralizante, que como arenas movedizas absorben y destruyen.

AUTOCONCEPTO Y AUTOESTIMA
“Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cual que está entre vosotros,
que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener,
sino que piense de sí con cordura,
conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno.”
San Pablo (Rom.12:3)

Los expertos en el tema de la autoestima identifican a ésta como parte constitutiva del autoconcepto. Este último es definido como “una estructura cognitiva que organiza las experiencias pasadas del individuo, reales o imaginarias, controla el proceso informativo relacionado consigo mismo y ejerce una función de autorregulación” (Tamayo et al., 1993). Esta estructura controla el proceso de recepción de los mensajes provenientes del exterior a la persona, de dos maneras:
1)             Interpretando los acontecimientos como favorables o desfavorables;
2)             Filtrando las informaciones para aceptar solo aquellas que son consistentes con la imagen contenida en el autoconcepto.
Por ejemplo, Sofía alimentaba un autoconcepto disfuncional, de creerse incapaz, inadecuada, de ser portadora de un desajuste severo de la realidad, aunque era perfectamente normal. Por lo tanto, aún cuando procediese correctamente y en forma sensata, le quedaba la duda si estaría bien y, por supuesto, cuando cometía algún error confirmaba su teoría de ser alguien perturbada.
El autoconcepto posee tres componentes básicos, uno de carácter evaluativo, otro de tipo cognitivo y, el último, de índole conductual. El primero es la autoestima, la capacidad para evaluarse a sí mismo y conocer el propio valor. El componente cognitivo se refiere a la percepción de las características y habilidades que el sujeto posee y que desea poseer. En tanto, el tercero, el componente conductual, es la capacidad de autorepresentar la imagen positiva que uno tiene de sí mismo. A nosotros nos interesa específicamente la autoestima. Como dijimos es la función de verse en forma positiva o negativa y, por lo tanto, la disposición para aceptarse a sí mismo y tenerse confianza o desconfianza. Hay personas que se creen buenas (alta autoestima) y otras se creen malas (baja autoestima), pero también se pueden creer excesivamente buenos, mucho mejor que la mayoría de la gente. ¿Es esta la mejor medida de autoestima? No. Una idea inflada o exacerbada de los valores propios, no habla de alta estima, sino de un mecanismo reactivo o sobredimensionado a la baja autoestima, una forma de tapar las insuficiencias.
La autoestima es el sentimiento valorativo de nuestro ser, de nuestra manera de ser, de quienes somos nosotros, del conjunto de rasgos corporales, mentales y espirituales que configuran nuestra personalidad. Esta se aprende, cambia y la podemos mejorar. Es a partir de los 5 o 6 años cuando empezamos a formarnos un concepto de cómo nos ven nuestros mayores (padres, maestros), compañeros, amigos, etcétera y a partir de estas atribuciones y las experiencias personales se va construyendo el autoconcepto y la propia evaluación.
Es de destacar que la autoestima juega un rol significativo en la calidad de vida y en el desarrollo de la historia personal. El nivel de la autoestima es responsable de muchos fracasos y éxitos, ya que una autoestima adecuada, vinculada a un concepto positivo de sí mismo, potenciara las capacidades personales para desarrollar las habilidades y aumentar el nivel de confianza y seguridad, mientras que una autoestima baja puede encauzar a la persona hacia la derrota y el fracaso.

¿QUIÉN ERES TÚ?
Hay un sugestivo relato que narra el evangelio de Juan, donde el Bautista es interpelado por ciertos dignatarios, que plantean una interrogante esencial de la vida humana, que posibilita conocer la sólida autoestima del precursor de Jesucristo. En un estilo dinámico y diáfano, con esa irradiación suave y fresca que emerge de ese remanso de sabiduría, se contrastan dos tipos de autoestima, una clara y definida —la del Bautista— y otra ambigua y acomodaticia, la de los “enviados” a interrogar. El relato en cuestión, es el siguiente:
"Los judíos de Jerusalén enviaron sacerdotes y levitas a Juan, a preguntarle quién era. Y él confesó claramente:
- Yo no soy el Mesías.
Le volvieron a preguntar:
- ¿Quién eres, pues? ¿El profeta Elías?
Juan dijo:
- No lo soy.
Ellos insistieron:
- Entonces, ¿eres el profeta que ha de venir?
Contestó:
- No.
Le dijeron:
- ¿Quién eres, pues? Tenemos que llevar una respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué nos puedes decir de ti mismo?
Juan les contesto:
- Yo soy una voz que grita en el desierto: ‘Abran un camino derecho para el Señor’, tal como dijo el profeta Isaías.
Los que fueron enviados por los fariseos a hablar con Juan, le preguntaron:
- Pues si no eres el Mesías, ni Elías ni el profeta, ¿por qué bautizas?
Juan les contestó:
- Yo bautizo con agua; pero entre ustedes hay uno que no conocen y que viene después de mí. Yo ni siguiera merezco desatarle la correa de sus sandalias.
Todo esto sucedió en el lugar llamado Betania, al oriente del río Jordán, donde Juan estaba bautizan­do"San Juan 1: 19-27 (DHH).

Se trata de un diálogo ágil, claro y transparente, en el que se suceden las preguntas y las respuestas; atrae por su dinámica, sentido de confrontación, agudeza y densidad conceptual. La trama del relato está articula­da sobre el eje de la pregunta. “¿Quién eres tú?” Pero el hecho relevante es el contraste notable entre las personalidades y autoestimas de los protagonistas.
Aquí la pregunta no apunta al nombre sino al portador del nombre, esto es, a la persona. El, ¿quién eres tú?, alude al destino y al sentido de vida, a la historia y al futuro, a lo que cada persona es y como se ve asimismo. Es una cuestión que convoca los valores e invoca la conciencia, que promueve la reflexión sobre uno mismo e invita a realizar una evaluación personal. Una interro­gante que se instala en el meollo de la definición de la identidad personal y del autoconcepto de cada uno.
Entre otros datos llamativos del relato, el más sobresaliente de todos es el tema de discusión: el bautismo. Este acto es básico ya que a través del mismo se constituye la identidad cristiana. El bautismo es un rito de inmersión, a través del cual se expresa simbólicamente la muerte a la vida pasada y el inicio de una nueva vida bajos los auspicios de Dios, asumiendo los comportamientos propios del creyente. ¿Qué tiene que ver la autoestima con el bautismo? Pues, mucho, ya que la autoestima se basa en la percepción de sí mismo, de la cual depende las creencias y los valores propios. El identificarse como cristiano da un anclaje a la existencia dando sentido a la vida y enriqueciendo la autoestima.

FALSA Y LEGÍTIMA AUTOESTIMA
“Las personas con alta autoestima no se sienten superiores a los demás;
no buscan probar su valor comparándose con los demás.
Disfrutan siendo quienes son, no siendo mejor que los demás”.
Nathaniel Branden

El texto del evangelio citado contrasta dos formas auténtica y falsificada de ser: Juan y los “enviados”. Estos últimos no se identifican, aparecen como enviados de los "judíos", que luego se descubre que son los “sacerdotes y levitas” y los “fariseos”. Mientras Juan se define con claridad, sus interlocutores permanecen ocultos entre las sombras de la ambigüe­dad. En ese sentido, contrasta la expresión sobria, firme y clara del Bautista con la actitud inquisidora y, por momentos, perpleja e inquieta de los judíos. Es la antítesis entre un carácter íntegro de alguien que sabe muy bien quién es y aquellos que sufren de una difusión de la identidad. Erik Erikson (1968), experto en estos temas, ha mostrado que la difusión de la identidad es típica de la adolescencia o de quienes no han logrado desarrollar una personalidad adecuada permaneciendo en etapas tempranas del desarrollo vital. Son los que todavía no han logrado organizar los diferentes componentes de su personalidad, conservando aspectos infantiles junto con otros adultos, tienen conductas primarias con otras más evolucionadas, porque no han conseguido desarrollar un pensamiento autónomo, con un sentido coherente e integrado de vida. La coherencia significa tener congruencia consigo mismo. Es saber que se quiere y conocer su lugar y misión en el mundo. Sobre esa base se construye la auténtica autoestima, como exhibe el Bautista. Los "enviados" actúan como adolescentes, vienen en "barra", al estilo de las pandillas juveniles, nadie se individualiza, haciendo evidente que no han consumado el proceso de diferenciación que los distinga como individuos, independientes, responsables y comprometidos con sus actos. En ese punto, Juan da una lección brillante de como se alcanza tal objetivo. El sentido de la individualidad es central en la constitución de la autoestima.
La autoestima se procesa en el tiempo. Primero se inicia con la afirmación de sí mismo por medio de la negación. Es una manera de diferenciarse. En el niño, los comienzos de la conciencia y de surgimiento del "yo" ocurre en torno a los tres años a través de la fase del negativismo. Es cuando el chico repite hasta el hartazgo, "¡No quielo!" Es una forma de decir "aquí estoy yo"; una expresión de reafirmación de su personalidad. Esa fase se repite en la pubertad y durante la adolescencia media. El "no" es un indicador de límites, un término que separa y diferencia, decimos lo que noqueremos, lo que no deseamos, lo que no es nuestro, lo cual equivale a decir, lo que no somos. No está mal que el niño o el adolescente manifieste sus "noes", lo malo son reforzarlos con caprichos, imposiciones o prepotencia, es decir, imponer el negativismo en forma obcecada, sin aceptar razones y sin avanzar a la etapa positiva.
La etapa culminante es la positiva, la que define la propia personalidad y autoestima. No es fácil llegar a ella, muchos no la alcanzan, viviendo y muriendo sin haber encontrado quiénes son y cuál es su lugar en el mundo. Para alcanzar esa etapa del descubrimiento del sí mismo, hay que atravesar la confusión, las dudas, realizar múltiples pruebas, hasta ir integrando nuestras aptitudes, con los intereses y las posibilidades que Dios pone delante de nosotros. Desarrollar una auténtica personalidad es llegar a ser la mejor persona que uno puede ser, es cumplir nuestra misión en la vida. Hay muchos que adquieren pseudoidentidades, adoptando conductas rígidas y estereotipadas, que siguen un libreto, en quienes se percibe algo no genuino, conos de sombras, incoherencias, discordancias, que hablan de falsedades o dobles intenciones. La identidad bien asumida se caracteriza por la naturalidad y la espontaneidad, por la transparencia de los actos y la claridad en los propósitos. Es la base de una auténtica autoestima.
Juan el Bautista es un modelo notable de persona íntegra, coherente, con un sentido legítimo de vida. Él sabía lo que no era, pero sabía perfectamente quién era. Se define como una “voz que clama en el desierto”aludien­do a la profecía de Isaías 40:1-11. Juan fundó su identidad en la palabra de Dios. Se encontró a sí mismo en la revelación bíblica. Descubrió su misión a la cual se sintió llamado por Dios. Probablemente, en las soledades del desierto, pasó largas horas de estudio, meditación y comunicación con Dios buscando la finalidad de su existencia, que era lo que Dios quería de él. Fue entonces cuando descubrió ese texto de Isaías, que hizo suyo, ya que allí se encontró a sí mismo, descubriendo su misión y destino. Entonces, se comprometió con la tarea y la llevó adelante hasta sus últimas consecuencias, ya que finalmente entregó la vida por la causa que abrasó.
  
¿HACER O SER?
En el relato hay un malentendido que es el centro de la discusión entre los “enviados” y el Bautista. Los primeros parecen no entender la respuesta del Bautista, porque siguen insistiendo en preguntarle. Juan no rehúye el interrogatorio, contesta el “¿quién eres tú?”, explicando su misión como fundamento de su ser. Pero los judíos, en realidad, querían saber sobre elhacer, porque bautizaba. Cuando lo interrogan por quien era, en definitiva preguntan "¿por qué haces lo que haces?" o "¿por qué bautizas si no eres el profeta?" Juan le responde desde su ser, desde su misión, entendiendo que es el ser lo que legitima el hacer, lo que define el quehacer o la profesión que ejerce como ministro de Dios. Todo hace suponer que los judíos no entendieron el mensaje del Bautista. Ellos estaban hablando desde el lugar del poder como legitimador de la acción. La pregunta de los inquisidores sería: "¿con que autoridad haces esto? Si no eres el profeta ni el Mesías, ¿quién te dio derecho para predicar y bautizar?" Lo cual significa: “necesitas nuestra autorización, como jefes religiosos, para ejercer esta profesión de predicador, ya que ella está bajo nuestra juris­dicción”.
Para los “fariseos” la identidad está supeditada al poder. Para hacer algo tiene que estar habilitado por la autoridad vigente. Estos enviados de las autoridades religiosas, son una suerte de inspectores, encargados de la supervisión de la profesión de predicador, presentan la idea que la identidad (y la autoestima) es dependien­te; depende de los poderes en ejercicio, está al servicio del papel asignado por la autoridad competente. Por lo tanto, el hombre carece de independencia moral y autonomía mental para llevar adelante su proyecto de vida. Para ser ministro, pastor o predicador de la palabra hay que hacer los trámites ante las autoridades respectivas y pedir la habilitación correspondiente.
En contraste con la teoría de la identidad y la autoestima derivada de los centros de poder, el Bautista afirma la idea de una identidad autogenerada y autosuficiente, proveniente directamente de Dios, sin intermediarios humanos. Su autoridad provenía de su misión, la cuál tenía una base trascenden­te. Incluso, Juan percibe que los enviados "no conocían" el auténtico poder de Dios, por eso el diálogo finaliza con la oferta a buscar quien viene después de mi -la persona de Jesucristo- que puede hacerlos hombres nuevos. Es la propuesta de gestar la identidad y la autoestima en Jesucristo como promotor de la misión y de la existencia.

LA RESILIENCIA

“Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones.Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida y se traspasen los montes al corazón del mar; aunque bramen y se turben sus aguas, y tiemblen los montes a causa de su braveza.” Salmos 46:1-3
LA VIRTUD DE LA RESILIENCIA

   "Una infelicidad no es nunca maravillosa. Es un fango helado, un lodo negro, una escara de dolor que nos obliga a hacer una elección: someternos o superarlo. La resiliencia define el resorte de aquellos que, luego de recibir el golpe, pudieron superarlo". Boris Cyrulnik (1999).
¿Qué es la resiliencia? Es la capacidad para soportar las crisis y adversidades en forma positiva, logrando recobrarse. El término proviene de la física. Se aplica a la elasticidad de un material o cuerpo físico que tiene la capacidad de resistir golpes, choques o impactos fuertes, y volver a su forma original. Por ejemplo, una pelotita de goma puede golpearse violentamente contra una pared, hundiéndose bajo el impacto, para lograr inmediatamente recuperar su forma esférica. En cambio, una copa de cristal, si se la arroja contra la pared, estalla en pedazos, para nunca más rehacerse. La traducción de la expresión inglesa del término resiliencia corresponde a “entereza”, es decir, a la fortaleza o resistencia para salir airosos de las pruebas o golpes. La psicología ha tomado este concepto de la física para identificar los procesos, fundamentos y condiciones que ayudan a los individuos y familias a enfrentar con éxito la adversidad. Es percibir los problemas desde sus posibilidades de superación y de la reparación. “Es­te enfoque se funda en la convicción de que el creci­miento del individuo y la familia puede alcanzarse a través de la colaboración de la adversidad”(Wash, 1998, 12). “La resiliencia es la capacidad humana para enfrente, sobreponerse y ser fortalecido o transformado por experiencias de adversidad” (Grotberg, 2001, 20). La resiliencia es más que la aptitud de resistir a la destrucción, preservando la integridad en circunstancias difíciles, es la aptitud de reaccionar positivamente a pesar de las dificultades y la posibilidad de construir basándose en las fuerzas propias del ser humano. No es sólo sobrevivir a pesar de todo, sino que es tener la capacidad de usar la experiencia derivada de las situaciones adversas para proyectar el futuro.
Varias investigaciones hallaron que un temperamento despreocupado y alegre y un alto grado de inteligencia contribuían a forjar la resiliencia, aunque no en forma definitiva y concluyente. Más demostrativo parece ser la autoestima y la creencia en la propia eficacia. Esa disposición hace más probable prevalecer sobre las dificultades, a diferencia de aquellos que son dominados por un sentimiento de impotencia. Quienes tienen confianza en sus propias fuerzas y recursos —como descubrió Werner (1993) en un estudio sobre 700 niños nacidos en la pobreza de la isla Kauai— tienen más probabilidad de superar eficazmente la adversidad.
Anteriormente, Kobasa y su equipo (1983), descubrieron un tipo de personalidad fuerte, resistente o dura a situaciones de alto nivel de estrés, que denominaron con el término inglés “hardiness” (dureza). Su estudio original se basó en una población de hombres ejecutivos que fueron separados en dos grupos: uno con alto nivel de estrés y de enfermedad, y otro con alto nivel de estrés y bajo grado de enfermedad. Ambos fueron sometidos a una batería de pruebas de personalidad. Los trabajadores que eran inmunes a las enfermedades, a pesar de las fuertes presiones que soportaban, exhibieron las tres características comunes que llamaron las tres "c", en razón de que las palabras inglesas que las definen comienzan con la letra c en el idioma inglés. Las tres características comunes de la personalidad hardiness son:
1) Compromiso (commitment) con ellos mismos y con quienes compartían las tareas. Se trata de una fuerte convicción en sí mismo y en lo que hacen. Es un sentimiento de adhesión al trabajo o tarea, porque se identifica con sus objetivos y prioridades de vida. La gente comprometida sabe en lo que está involucrada y lucha por ello. Además, manifiestan un fuerte espíritu de solidaridad con sus compañeros involucrados en la comunidad de intereses que comparten.
2) Sentido de control (control) en el manejo de las experiencias y eventos. Es la creencia de que uno puede influir en el curso de los acontecimientos o ser responsable por las experiencias propias.
3) Desafío (challenge), conlleva la idea de que los problemas y las dificultades en lugar de ser una amenaza son una oportunidad para el cambio o la posibilidad de experimentar situaciones nuevas. Lo que a otros les produciría pánico o malestar, a estas personas les depara una aventura que los estimula a luchar. Quienes tenían esta cualidad eran personas que no percibían las situaciones como negativas sino como un hecho positivo que les permitía la posibilidad de superarse y ser mejores.
Con respecto a los recursos familiares y sociales asociados a la resiliencia, los investigadores han señalado la importancia del cariño, el afecto, el apoyo emocional y la existencia de un orden familiar con límites claros y razonables. Se ha enfatizado el valor de los procesos interactivos, la cohesión, la flexibilidad, la comunicación franca y la capacidad de resolver problemas como factores que favorecen el buen funcionamiento familiar y contribuyen al bienestar de sus miembros. También ha sido ampliamente documentada la importancia del apoyo de las redes sociales en situaciones de crisis. En el estudio de los niños resilientes de Kaua­i, se halló que la influencia más positiva fue una relación cariñosa y estrecha con un adulto significativo (padres, tío, abuelo u otro pariente o amigo) que los defendía y era una fuente de fortaleza en las dificultades.
Los atributos que aparecen con frecuencia en los niños y adolescentes resilientes, según un estudio de Suárez Ojeda (Melillo et al., 2001, 88), han sido llamados, “pilares de la resiliencia”. Se tratan de las aptitudes básicas que hacen posible resistir y preservar la integridad en circunstancias desfavorables o fuertemente hostiles. Suárez Ojeda identifica siete fuentes generadoras de esas fuerzas interiores de lucha y fortaleza:
·         Introspección: la capacidad para examinarse internamente, plantearse preguntas difíciles y darse respuestas honestas.
·         Iindependencia: saber fijar límites entre uno mismo y el medio problemático, es decir, la capacidad para mantener distancia física y emocional con respecto a los problemas agobian, sin caer en el aislamiento.
·         Capacidad de relacionarse: la habilidad para establecer lazos íntimos y satisfactorios con otras personas.
·         Iniciativa: la capacidad para hacerse cargo de los problemas y ejercer control sobre ellos, además, la decisión de exigirse y ponerse a prueba en tareas progresivamente más exigentes.
·         Sentido del humor: la predisposición del espíritu a la hilaridad, encontrando lo cómico en la propia tragedia, lo cual permite alejarse del foco de tensión y relativizar la adversidad.
·         Creatividad: la capacidad para crear orden, belleza y un sentido de coherencia, a partir del caos y del desorden.
·         Conciencia moral: comprende la gama de valores internalizados a través de la historia personal, especialmente referidos a los de compromiso, solidaridad y de buscar el bienestar común.
A esta lista, Aldo Melillo et al. (2001), agregan la “autoestima consistente”, que es el resultado del cuidado afectivo proporcionado desde la infancia por un adulto significativo.

EJEMPLOS BÍBLICOS DE RESILIENCIA
La Grandeza de una Prostituta
“Jesús les dijo: De cierto os digo,
 que los publicanos y las rameras
 van delante de vosotros al reino de Dios”.
S.Mateo 21:31

El Dr. Julián Melgosa presenta cuatro ejemplos bíblicos de resiliencia: Job, José, Noemí y Ester. La lista bíblica sería interminable. Por nuestra parte proponemos dos casos más, una mujer y un hombre del Antiguo Testamento. El primero fue la de una prostituta extranjera, Rahab, quien tuvo el extraño privilegio de ser parte de la genealogía de Jesús. ¿Por qué raro? Porque este antiguo oficio femenino es normalmente perseguido como uno de los mayores males, el que lidera con ventaja el escalafón de los vicios y calamidades que hacen estrago en la sociedad. Constituye una lacra repulsiva para los valores morales. Por eso el mayor de los insultos que se le puede propinar a alguien es conferir a la madre el ejercicio de ese despreciado oficio. En consecuencia nuestra heroína tuvo que afrontar esa disposición negativa o animadversión de la gente honorable, además de ser extranjera, en calidad de enemiga del pueblo de Israel, sin embargo, a pesar de esas adversidades tan importantes salió airosa.
Es una historia insólita y en gran parte misteriosa, que revela los asombrosos caminos de Dios. Rahab era una cananea habitante de la ciudad de Jericó, que ejercía en ese lugar las tareas de la carne. Su nombre en hebreo significa “ancha” o “grande” (heb. Râjâb). ¿En qué fue grande Rahab? ¿En sus caderas o alguna otra prominencia de su anatomía femenina? ¿Lo fue en su lucidez y perspicacia para aprovechar las circunstancias propicias? ¿En su fe para creer en el poder de Dios? ¿O fue grande en sus ansias de libertad y deseos de cambiar su vida?  No lo sabemos, pero sí hay evidencias para pensar que estuvo movida por un intenso deseo de liberación y esa fuerza fue premiada con la salvación propia y de su familia.
Narra la historia bíblica que luego de la esclavitud egipcia y la peregrinación en el desierto, el pueblo de Israel se aprestó a introducirse en Palestina para afincarse en ese lugar, de acuerdo al mandato y la promesa divina. Luego de cruzar la frontera del río Jordán, se encontraba la populosa y fortificada ciudad de Jericó. “Era virtualmente la llave de todo el país, y representaba un obstáculo formidable para el éxito de Israel”. Para organizar la conquista, Josué, el líder hebreo, envió a dos jóvenes a espiar. Debían recorrer la ciudad y averiguar todo lo que pudieran sobre la población, especialmente sobre sus recursos defensivos y bélicos. Los habitantes de la ciudad estaban aterrorizados por el temor a un ataque y se mantenían en constante alerta. A pesar de ser una ciudad muy visitada por extranjeros (estaba instalada en el camino del comercio), los espías no pasaron desapercibidos, teniendo que buscar refugio. Allí aparece Rahab en acción, ofreciendo hospedar a los dos hebreos. De todos modos fueron detectados por algunos ciudadanos que dieron cuenta a la autoridad. Como era una cuestión de estado, el mismo rey tomó el asunto en sus manos, llamando a Rahab para que entregara a los espías. Entonces, la ramera arriesgó su vida para proteger a los hebreos. Como retribución a su bondad, los espías prometieron salvarla, junto con su familia, cuando la ciudad fuese conquistada (ver Jos.2).
¿Por qué Rahab traicionó al rey y a su nación para favorecer a enemigos dispuestos a conquistar su patria? La determinación y osadía con la cual actuó y la respuesta que dio a los espías, muestra que no fue un acto impulsivo, producto de un arranque del momento, sino, por el contrario, una decisión largamente madurada, a la luz de la información que fue recibiendo de como Dios protegía y dirigía a su pueblo. Expresando una confesión de fe admirable: “porque Jehová vuestro Dios es Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra” (Jos.2:9-11). Después de eso, allí en el burdel, se celebró un pacto de honor y lealtad que garantizaba la seguridad de los espías y la libertad de la prostituta y su familia. ¿Cómo se explica un acto de tan elevado contenido moral en el mismo escenario de la inmoralidad? El hecho fue que ambas partes cumplieron con su palabra más allá de los roles que el destino le había designado desempeñar en ese momento.
 ¿Por qué una ramera fue la única capaz de realizar ese acto de coraje y reconocimiento de los verdaderos valores de la religión en toda esa numerosa ciudad? El Comentario Bíblico Adventista, interpreta: “Todos los habitantes de Jericó oyeron y temblaron; sólo Rahab pasó del temor a la fe y al servicio”(4). ¿Cómo fue posible que diera ese salto de fe? ¿Será que aquellos que se sienten perdidos, que no tienen bienes o motivos a que aferrarse en este mundo, están más dispuestos a jugarse en la entrega de la fe que quienes están aposentados en lugares seguros y respetables? ¿Una mujer acostumbrada a adaptarse a todas las exigencias y deseos de los hombres tiene más capacidad para responder a las demandas de una nueva situación? ¿Estaría cansada de la vida que llevaba y en su deseo de libertad había soñado con escapar de la ciudad y unirse al pueblo que gozaba del favor de Dios?
Hay muchas interrogantes sin respuestas. Ciertamente Rahab buscaba una salida que le permitiera un resquicio de esperanza para un nuevo porvenir. Sabemos que no sólo trabajaba como ramera, también ­era una mujer hacendosa, ocupada en trabajar el lino. Esa actividad requiere un proceso prolongado y mucho esfuerzo. Después que se arrancan las plantas, se separan los tallos de las semillas. “Estos tallos, entonces, se remojan, se exponen al sol por un poco de tiempo y se sumergen en agua por una semana y media. Esto ablanda las fibras antes de su separación. Después, se carda y se la prepara para los tejidos”(5). Narra la historia que los espías fueron escondidos bajo manojos de tallos de lino que estaban sobre la terraza de la casa para secarse (Jos. 2:6). ¿Qué estaría tejiendo Rahab con ese lino? ¿Juntaría dinero para emanciparse y construir una nueva vida?
Hay evidencias para pensar que Rahab fue una mujer inteligente, carismática y de fuerte personalidad, además de atractiva o bonita. Es de hacer notar que influyó fuertemente en los espías ya que éstos trasmitieron casi textualmente sus palabras (2:24), estimulando fuertemente el ánimo de los conquistadores. El relato enfatiza que Josué tomó muy en serio el pacto que habían hecho sus enviados. De alguna manera esos hombres hicieron sentir a Josué que bajo ningún concepto deberían fallarle a la prostituta. Justamente, cuando se produjo la conquista de la ciudad, el líder hebreo fue claro y explícito que “solamente Rahab la ramera vivirá, con todos los que estén en casa con ella” (6:17). Incluso comisionó a los mismos “dos hombres que habían reconocido la tierra” (vers. 22) para la misión del rescate, que estos cumplieron fielmente (vers.23). ¿Cómo una prostituta extranjera pudo tener tanta influencia y poder entre los conquistadores que por lo general no respetan a los vencidos?
La virtud de la resiliencia que caracterizó a Rahab la dio la increíble distinción de ser incluida en la galería de los héroes de la fe, que registra el capítulo 11 de Hebreos (vers.31). Además, el apóstol Santiago la identifica como un ejemplo de obras, al escribir: “Rahab la ramera, ¿no fue justificada por sus obras, cuando recibió a los mensajeros, y los envió por otro camino?” (Stgo.2:25). Probablemente la resiliencia de Rahan radique en la disposición espiritual para alcanzar un estado de trascendencia. A través del despojamiento y el silencio se siente otra vez, de modo directo, la voz de Dios, el roce sublime de la belleza, la calma de una conducta santa, el misterioso llamado del héroe, la búsqueda y el encuentro de la libertad.                           

UNA VIDA ENFRENTANDO ADVERSIDADES
Un hombre que ganó todas las batallas que combatió y aún venció la muerte, pero fue derrotado por un destino implacable y cruel. Donde la sospecha de estar excluido del mundo alegre y brillante de la felicidad proclamó su dignidad en la desdicha, redimiéndose por su fe incorruptible. Por eso es exhibido en la vitrina de la trascendencia.
 Los orígenes del otro personaje bíblico resiliente fueron de frustración e impotencia. El papá, llamado Galaad, sufría la humilla­ción de no poder tener hijos, y se rebelaba ante la idea que la esterilidad de la esposa pudiese ser irrevocable. Creía que alguna incapacidad pasajera o el miedo estuviesen cerrando la matriz de la señora. Galaad vivía angustia­do y obsesionado con el pensamiento de ser padre, en la ciudad que ostentaba su propio apellido, herencia de antepasados que no quería defrau­dar. Un día se le ocurrió una idea insólita. Decidió realizar un acto ­temerario e impru­dente. La señora debió acep­tarlo para no contra­riarlo más. El hombre se propuso alquilar una matriz para tener un hijo. Pagaría a una ramera el servicio de la gestación y el alumbra­miento. Tenía la esperanza que cuando la esposa sintiera el calor de la infancia en su seno, desperta­ra su deseo de procrea­ción, como había escuchado ocurrió en algún caso que el destino trajo un bebé a un hogar infértil.
Así nació ese hijo tan deseado, impuesto forzadamente contra el destino, llamado a burlar la imposibilidad. ­La ilusión de Galaad fue que el niño se constituyera en la llave que abriera la matriz de su esposa y pudiera hacer realidad el sue­ño de alcanzar una familia numerosa, que diera futuro, brillo y continuidad al pueblo de su linaje. Así, la esperan­za de perpetui­dad paterna quedó sellada para siempre en el nombre del hijo, que grabó profunda­mente su identidad con la expresión, "él abrirá" (o "Jehová abrirá", por medio de él), conocido en la historia bíblica por la expresión hebrea de, Jefté (2CBA, 371).
Podemos suponer que Jefté, desde bebé, despertó sentimientos contradictorios. Por un lado reía dichoso, reflejando la satisfacción y el ­cariño del padre, en tanto, recibía de la madre prefabri­cada, sentimien­tos ambiguos, confusos e indefinidos. La señora se esforzaba po­­­r­ reprimir el desprecio que sentía hacia esa criatura extraña, producto de la infideli­dad y la prostitución, pensando en su consentimiento y dejándose embriagar por la agrada­ble sensa­ción que le producía ese cuerpeci­to tierno e indefen­so agitándo­se entre sus brazos con una alegría expansiva y contagiante. La magia fascinante del bebé, con su fortaleza y vitalidad, le hacía olvidar por momentos su resentimiento y conmo­vía sus entrañas con el despertar de senti­mientos nuevos de amor y de vida.
Entonces, se cumplieron los sueños de Galaad. La familia fue creciendo ­con la apari­ción de los hijos legíti­mos. Uno tras otro fueron llegando para colmar el hogar de alegría, bullicio, agitación, pero también para instalar la discordia y el conflicto. La dicha ahora era comparti­da por igual por ambos esposos, sin embargo, la desgracia se cebaba impiadosa­men­te en el pequeño Jefté. Desde el nacimiento de su primer herma­nastro, Jefté perdió para siempre a su madre adoptiva. Cada niño que emergía de su seno, reforzaba su orgullo y afirmaba su dignidad ofendida. Ese sentimiento de oposición contagió ­espontá­neamente ­a su descen­dencia. Los hijos legítimos crecieron con el senti­miento del antagonis­mo y el repudio­­ al bastardo.
Desde chico, Jefté, tuvo que luchar contra ­­el viejo insulto alusivo al oficio materno, viéndose forzado a combatir por su reconoci­miento y derechos. Cuando los hermanos fueron pequeños, nuestro héroe pudo imponer su voluntad gracias a su mayor contextura y potencial físico, pero cuando ellos ­crecieron en tamaño y número, quedó en una inferiori­dad sólo compensada por las intervenciones de Galaad. La madre era una aliada incondi­cional de sus hijos carnales, en tanto, el padre exhibía una clara simpatía por ­Jefté, quizás porque veía en ese muchacho el ideal de virilidad que no observaba en los otros hijos crecidos bajo la sombra de la madre.
Los ataques y descalificaciones en lugar de amilanar o deprimir a Jefté, por el contrario, lo estimulaban a enfrentar la oposición con vehemencia ­y osadía. Exhibía una rara capaci­dad dialéctica como coraje para dirimir la controversia por la persuasión o la fuerza física, si los argumentos fracasaban­. Sin embargo, la oposición y el repudio se incrementaban. La actitud contesta­ta­ria y enérgica de Jefté, sus discursos ardientes y recios, toda su personali­dad áspera e impetuosa, que contrasta­ba con las formas suaves, educadas y un tanto afectadas de los hermanos, provocaban malestar entre la familia, vecinos y mucha gente del pueblo. Los únicos que simpati­zaban con el impetuoso joven -además de su incondi­cional aliado que era el padre-, fueron otros muchachos díscolos, rebeldes e indóciles. Muy pronto, nuestro héroe tuvo un conjunto de admiradores fieles, que lo seguían con placer y devoción, arrastrados por su valentía y carisma. Así, la disputa familiar se extendió a la comunidad. De la lucha por el reconocimiento personal, Jefté se convirtió en abogado de los marginados y defensor ­­de los derechos pisoteados de los débiles. Estudió leyes, investigó la historia, conoció los trucos y estratage­mas de los gobernantes para evadir responsabilidades y obtener beneficios persona­les.
Cierto día falleció Galaad. La noticia cayó como un rayo sobre su querido hijo. Esa pérdida fue nefasta para Jefté. Sus hermanos llevaron el caso de la herencia a los tribuna­les. Se discutió la legitimidad de su primogenitura. El bastardo ­fue acusado de subversivo y condenado al ostracismo. Entonces, Jefté, quebran­ta­do anímica­men­te, sin la ayuda de su padre, habiendo per­dido todos sus recursos y derechos debió retirarse al destierro, para vivir nómada como un paria, sufriendo el desarraigo. Sólo algunos de sus fieles seguidores lo acompa­ña­ron al exilio.
En aquellos tiempos, sobrevivir fuera de la protección de la ciudad era prácticamente una misión imposi­ble. De acuerdo con lo que entonces podía esperarse tenía que llevarle a la perdición. En el desierto no había ley, ni seguridad alguna; era el dominio de los malhechores y del pillaje. Pero para Jefté, amante de la aventura y los desafíos, los peligros y refriegas con los salteadores y forajidos fue un estímulo ­para su espíritu aguerrido, una vía de escape para descargar las frustraciones y un ejercicio de fe. ­Como antes acudía a su padre, ahora las amenazas lo llevaban a Dios. Dialogaba con el Padre Eterno en oración y aún discutía para terminar negociando. Sobretodo aprendió a confiar y depender de la ayuda divina. Esa fe acuñada en la necesidad, acompañada de su coraje y sagaci­dad lo convirtieron en un combatiente victorioso.
Los años transcurrieron hasta que los vientos de guerra comenzaron a soplar por los escarpados cerros de Galaad. Otra vez el Cercano Oriente estaba a punto de convertirse en un polvorín. Los gobernantes judíos, apremiados por la prepotencia militar del enemigo, debió elegir un jefe militar que convocara a los habilitados para la guerra, organizase el ejército y lo condujese al triunfo. ¿Quién sería el hombre para enfrentar esa terrible crisis? La decisión fue unánime, el único que podría salvarlos de la destruc­ción, era Jefté. Así, el ­repudiado y desterrado es convocado con honores para asignarle la misión suprema de liberar al pueblo del despotismo enemigo.
"¿Pues no me odiaban ustedes, y hasta me obligaron a irme de la casa de mi padre? ¿Por qué vienen a buscarme ahora que están en aprietos?" (Jueces 11:7, DHH). Les cuestio­nó el despojo y la actitud interesada actual. Jefté, aprovechó la situación propicia para negociar su intervención a un alto precio. "Pues bien, si ustedes quieren que yo coman­de el ejército, entonces quedaré como jefe supremo del gobierno". Los dirigentes, urgidos por inminencia de la guerra y sin otras alternati­vas, estuvieron obligados a acepta­r la exigencia.
Así, el aborrecido bastardo, que había sido humillado y desechado, tenía ante sí, por primera vez en su vida, la posibili­dad de ser reivindi­cado y aún asumi­r la más alta magistra­tura. La condición era vencer la batalla suprema, ganar la guerra de toda su vida. Pues, el combate n­o era solamente contra los amoni­tas, era contra el destierro injusto, contra esos gobernantes maliciosos y acomodati­cios, contra los hermanos y el desprecio, contra sus orígenes y el insulto. Por fin podría salir de las sombras del menosprecio y obtener el trofeo de la legitimidad y el reconocimien­to; ser un hijo que no tuviese de que avergonzarse.
En ese instante supremo, previo a la confrontación, hizo una promesa a Dios, "Si entregas en mis manos a los amonitas, el primero que salga de las puertas de mi casa a mi encuentro cuando vuelva victorioso de los amonitas, será para Yahveh y (o) lo ofreceré en holocausto" (Jue.11:30-31, BJ). Probablemente sintió que era lo máximo que podía entregar­le a Dios para negociar una respuesta providencial facilitadora del triunfo. Y, efectivamente, "el Señor le dio la victoria. Mató Jefté a muchos enemigos y conquistó veinte ciudades entre Aroer, Minit y Abel-keramim. De este modo los israelitas dominaron a los amonitas" (vers 32-33, DHH). Pero, después del gran triunfo aconteció la peor desgracia. Cuando el sueño de su vida parecía haberse cristalizado exitosamente, al retornar a la casa, "la única hija que tenía salió a recibirlo bailando y tocando panderetas. Aparte de ella, no tenía otros hijos" (vers.34). Al verla, desesperado, se rasgó la ropa y le explicó el voto que había hecho La hija, criada en el espíritu de la obediencia a su padre y a Dios, aceptó consagrar su vida al templo y renunciar al matrimonio. Luego de haber llorado su virginidad junto con sus amigas, se entregó al ministerio sagrado, constituyéndose en un símbolo de las doncellas del pueblo, las cuales, desde entonces, dedicaron cuatro días del año para visitarla. Había logrado limpiar su pasado pero, al mismo tiempo, había perdido su futuro. Como hijo, consiguió ­derrotar la humillación de sus orígenes pero como padre fracasó en poster­gar la gloria del linaje familiar, ­sufriendo la humillación de no tener descendencia. El destino que su padre quiso burlar, recayó brutalmente sobre él.
La historia posterior de Jefté parece deslizarse rápidamente por un declive que sucumbe en la tumba. Ejerció el gobierno apenas ­­seis años y falleció. En forma escueta, como una lápida, la historia dice, "y fue sepultado en una de las ciudades de Galaad" (12:7). Aparente­mente murió joven. ¿Falleció de tristeza? ¿Será que finalmente claudicó ante la desgracia? Seguramente fue terrible el golpe de perder la esperanza de trascen­den­cia terrenal, sin embargo, no imaginamos al héroe de la adversidad doblegado en el final. ¿De qué murió? No sabemos, es otra de las tantas interrogantes que quedan abiertas del misterio de su vida. El hecho fue que llegó el final, la tregua anticipa­da y el guerrero descansó.
Muchos siglos después, San Pablo, ejemplificando las virtudes de la fe, incluyó a Jefté en la lista privilegiada de los próceres sagrados (Heb.11:32). ¿Por qué este hombre, signado por un destino corto y trágico, fue un héroe de la fe? Vivió inmerso en una suerte de conspira­ción perpetua, tuvo que combatir continuamente contra la oposición y el peligro; fue el gladiador de la adversidad en los territorios del menospre­cio, guerrero del debate y la polémica, maestro de la negociación. La resiliencia de Jefté fue la de un espíritu rebelde ante las veleidades del poder­, la creencia que los obstáculos pueden convertir­se en bendicio­nes y los conflictos en una invitación a confiar en Dios. Esa figura señera y legendaria, enorme en su valentía, auténtica e integra, con sus luchas y vicisitudes, constituye un modelo curioso y aleccionador de fe y resiliencia, la idea de una obstina­da necesidad de perseverar denodadamente, aún contra el insulto y el repudio, en el objetivo de que el triunfo reivindicativo siempre es posible.
Dr. Mario pereyra lavandina psicologo y doctor en psicologia en la Universidad de montemorelos